Por Marcelo
Rodríguez*, Ayelén Pujol** y Lorena Tapia Garzón**
Como una
carta de reyes con 24 horas de retraso, nosotros también fuimos parte de una
fábula. Al revés de lo que sucede con la fantasía infantil, la carta la
escribieron ellos, los reyes que se arrogan la existencia por encima de los
trabajadores. Aquel 7 de enero fuimos a trabajar como cualquier otro día pero
nos frenaron el paso con un telegrama en la cara: nos acusaban de dañar la
imagen de la empresa, de haberle causado problemas económicos y hasta de haber
impedido la libre expresión del medio. Cuatrocientas veinte horas atrás
habíamos ido a reclamar por nuestros derechos, traducidos en la reincorporación
de tres compañeros despedidos. Entonces nos señalaron a 13, a quienes
decidieron despedirnos con causa.
No sé los
otros reyes, esos con los que sueñan los más chiquitos, pero estos no son
buenos. Y sin embargo, ahogados en una paradoja, nos hicieron un gran regalo.
Desde que
nos hicieron un daño económico (a un compañero lo condenaron al paroxismo de la
humillación al pagarle 165 pesos en su último recibo de sueldo), desde que intentaron
dañar nuestra imagen acusándonos de conspiradores ante nuestros compañeros y
entorpecieron nuestra libre expresión al no poder decir lo que decíamos en las
asambleas que históricamente celebrábamos en la redacción, sentimos que somos
mejores. Somos mejores por todos nosotros, que son ustedes. Con los cuerpos en
la calle, había que reagruparse y pensar cómo encarar nuestra lucha.
Decidimos
ser albañiles. Construimos nuestro propio refugio con forma de carpa y de lunes
a viernes armábamos y desarmábamos el gazebo, que después cobró fuerza de
palabra clave en las canciones; acaso también juntos fuimos letristas y
cantantes.
En el bar
de la vuelta comíamos e íbamos al baño. Ahí nos dejaban estar y ahí
encontrábamos paz para nuestras vejigas. Fue una segunda casa desde la que
surgían ideas entre pizzas y empanadas. La dieta de la lucha es más una excusa
para llenar la panza que para hacerle fiesta al paladar. Y pasaban ustedes, los
compañeros de siempre, y nos hacían el aguante mientras se llenaban la boca de
aceite porque entendían que estábamos en la misma lucha. La dieta para todos.

La empresa
nunca se mostró dispuesta a hacer concesiones. Insistía en nuestra radicalidad
y, salvo cuando acató la conciliación dispuesta por el Ministerio de Trabajo,
nos espió desde adentro hacia afuera. Esperaron que nos cansáramos y nos
fuéramos. Que la carpa no ocupase más una entrada que algunos tuvieron que esquivar
a la vez que agachaban la cabeza. Nosotros nunca bajamos la mirada. La
vergüenza era ajena.
Si alguna
vez quisieron condenarnos al ostracismo, se frustraron cuando vieron que la
carpa no era de circo y que estaba llena de compañeros. Que pasaban ustedes
para hacernos sentir nosotros. Y hubo charlas y actos y estuvo Taty Almeida y
políticos y siempre, siempre, siempre, los compañeros de siempre. Hicimos un
partido y entonces fuimos futbolistas. Los lujos y los regalos colaterales de
estos reyes malos nos dejaron una marca indeleble: nos relató Víctor Hugo
Morales y, por un día, todos fuimos barriletes cósmicos.
Hicimos
chorizos porque, también, decidimos ser parrilleros. Y bailarines, por eso hubo
compañeros candomberos y folcloristas y rockeros que vinieron a cantarnos. Y ya
éramos mejores, así nos hicieron sentir ustedes con una generosidad
inolvidable, cuando surgió otra idea: caricaturizar a Fontevecchia sobre el
asfalto. Lo bajamos de su piso 14 a la calle a puro trazo y en ese ritual de
compartir y dibujarlo nos hicimos artistas.
Ustedes,
nosotros, todos, fuimos albañiles, creativos, decoradores, pintores. Laburantes
de prensa que ganamos la pelea y logramos reincorporar a seis trabajadores de
la Junta Electoral. De todos modos, el triunfo es anterior. Tuvo que ser apenas
recibimos la cartita y todos juntos nos calzamos los zapatos para ser lo que
somos: luchadores incansables.
* Trabajador
despedido de Perfil, reincorporado por resolución judicial.
**
Trabajadoras despedidas de Perfil que siguen luchando por ser reincoporadas a
sus puestos de trabajo.
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